En solitario fabricaba pequeñas bombas de mecha lenta. Trabajaba en el taller del jardín como un buen japonés con sus bonsáis. Una libra de pólvora, comprimida en un cartucho y algunos pequeños clavos en tubos de zinc. Un grueso petardo a manera de detonante. Cacharros temibles... Si al menos se dignasen a explotar.
Una tarde de manifa en la plaza Juana de Arco, La Peste lanzó uno. Con precisión quirúrgica, el tubo rodó sobre la acera antes de inmovilizarse a los pies de un grupo de CRS. Los chavales del grupo, jadeando, se preguntaban: <<¿Estallará o no estallará?>> La bombita reventó en el momento mismo en que un poli se inclinaba para cogerla. Su silueta negra desapareció en el resplandor anaranjado de la deflagración.
Jann-Marc Rouillan.